Historia
Nuestra Historia y la Casa en el Alto Aragón
El antiguo poblado de Baranguas, como era conocido, desapareció a mediados del S. XVIII; se hallaba situado al este de la conocida como pardina de Baranguá viejo, donde hoy sólo quedan los vestigios de su antiguo palacio que fue pasto de las llamas a mediados del siglo XX.
Se encuentra situado cerca del Hostal de Ipiés, en la carretera de Sabiñánigo a Huesca.
El primer señor de Baranguá de quien tenemos noticia fue Don Pedro López de Ipiés que aparece en el fogage de 1495 como señor de Baranguá y Puente de Fanlo
Entrado el siglo XVIII, y siendo rey de España Carlos III (hijo de Felipe V), tuvo lugar, un cambio social trascendente, como fueron los DECRETOS (propios del Despotismo Ilustrado de época), por los que se determinaba "la Libertad de los siervos". En adelante éstos, ya no dependerían del SEÑOR, y éste quedaba convertido en un vecino más, con hacienda no mayor que los otros y a recibir un "quiñón", de los que fueron sus siervos, que venía a ser unos 2.000 Kg. de grano anuales.
Muchos de los Señores de aquel entonces, no soportaron la nueva situación y conformándose con "el quiñón" emigraron, los más a la Corte, a pedir un empleo ya en España o en Las Américas... abandonando su vida rural.
El Señor de Baranguá, fue sin duda un caso especial. Debía tener onzas guardadas y apego al terreno (pudo llamarse D. Pedro-José López Oliván o Antonio López Rasal...) y llegó a un entendimiento numerario con los siervos a los cuales les dotó fuertemente y fueron a comprarse tierras o ir de yernos ventajosos a la Canal de Berdún, donde todavía se conserva el apellido Baranguá que arrastraron en su emigración.
La servidumbre (del latín servus) es una forma de contrato social y jurídico típica del feudalismo mediante la que una persona —el siervo, generalmente un campesino— queda al servicio y sujeta al señorío de otra —el señor feudal, generalmente un noble o un alto dignatario eclesiástico, o incluso una institución como podía ser un monasterio—. Durante la Edad Media, un siervo era una persona que servía en unas condiciones próximas a la esclavitud. La diferencia principal con respecto a un esclavo consistía en que, en general, no podía ser vendido o separado de la tierra que trabajaba y en que jurídicamente era un «hombre libre». El señor feudal tenía la potestad de decidir en numerosos asuntos de la vida de sus siervos y sobre sus posesiones. El siervo no podía traicionar al señor feudal, ya que él le suministraba vivienda, parte de las cosechas y sus prendas.
El origen de la servidumbre se remonta a los últimos años del Imperio romano.
Durante el reinado de Carlos IV (1748-1819) había problemas económicos a consecuencia de los conflictos bélicos en los que estuvo implicada España, primero contra Francia y después contra Inglaterra. La necesidad de sufragar estos gastos militares, es lo que llevó a Godoy a iniciar un proceso desamortizador que autorizaba la venta de bienes amortizados y los bienes de los jesuitas expulsados en 1767 con el fin de obtener recursos para la guerra.
A principios del siglo XVIII, sobre 1720, nace un siervo (Ramón) en las tierras del Señor de Baranguá (Infanzón, amo y señor de tierras y gentes).
Uno de sus hijos (Pedro Juan), nacido sobre el 1750, consigue la “libertad” (Decretos de Carlos III) y se traslada, junto con otros muchos siervos, a la Canal de Berdún, donde compran tierras o van de yernos.
Se establece en Santa Cruz, comprando tierras pertenecientes al monasterio de Santa María abandonado desde 1555 por las monjas que se habían trasladado a Jaca. Su apellido será Baranguá, pues es de ese lugar de donde viene.
Uno de los hijos (Antonio) nacido alrededor de 1785, el primogénito, hereda las tierras y casa. Es el segundo campesino libre, pero no tiene descendencia masculina o mueren los varones, así que heredará la hacienda María Antonia (la mayor), nacida sobre 1815. Con esta Baranguá casa Martín Laín. De este matrimonio tampoco sobrevive ningún varón y hereda una de sus hijas, Generosa, nacida en 1845, que casa con Juan Barrio Val.
La Casa sigue llevando el nombre de su “fundador”; Baranguá. A este Juan se le debe la última gran reforma de la casa actual (mediados del siglo XIX)
Su hijo Indalecio (1875) hereda, y casa con una tensina (concretamente de Tramacastilla) de nombre Ramona.
En 1905 nace Fernando que casará con Valeriana. Tienen dos hijos, el varón muere joven y hereda Laura, que es la actual propietaria.
SOBRE SANTA CRUZ D’AS SERORS
A mitad del siglo XIX el barranco no tenía nombre (Madoz).
Reforma de la Nomenclatura municipal de 1916
En 1920 se incluyó 264 Ha. del Monte Pano, más una parte de las caídas sombrías hacia Santa Cruz (Barrancos de Gotolas, Tosquera, collada de Cuatro Caminos y Barranco o Gló), terrenos comprendidos aproximadamente entre los 1000 y 1241 m de altitud y pertenecientes a Botaya (hoy Jaca) y Santa Cruz.
Desde la Real Orden de 1843 que salvó los monasterios pinatenses de la desamortización y los cedió a la Diputación de Huesca.
1844, Valentín Carderera. En años posteriores, y promovida por él se hace una restauración de la iglesia.
En 1869 se anunció la venta en pública subasta del monte de San Juan de la Peña. El ingeniero responsable del entonces recién creado Distrito Forestal de Huesca realizó un Informe defendiendo que el monte debía cumplir una función social que sólo el Estado podía asegurar. Los valores a los que aludía en su defensa eran la expresión ejemplar de la más armónica conjunción del hecho cultural y el natural, y así lo expresaba: «Quitad el monte al Santuario y habréis mutilado el monumento»
Juan Mora Insa, principios del siglo XX
Inscripción que rodea al crismón en la iglesia de Santa María de Santa Cruz de la Serós: “Yo soy la puerta. Por mi pasan los pies de los fieles. Yo soy la fuente de la vida. Deseadme más que a los vinos todos los que entren en este santo templo de la Virgen”.
La casa en el Alto Aragón
En primer lugar, en los Valles Altos suelen predominar los tejados de pizarra y en ocasiones de losa, los muros son gruesos y de piedra, y las ventanas de tamaño muy reducido para no perder el calor. Se emplean los materiales que hay en cada zona, aquí losa.
Las chimeneas, tronco-cónicas de campana con el fogaril en el centro; dos, tres grandes cadieras adosadas a las paredes y sobre ellas las mesas colgadas en los muros, que se despliegan para las comidas y se sujetan a la pared por unos listones laterales y un pestillo. En la pared donde no hay cadieras están las alazenas con la vajilla y los armarios para guardar alimentos y enseres.
La cocina montañesa es grande y generalmente situada en el lugar mejor de la casa debido a que en ella se pasan la mayor parte de las horas en los largos inviernos.
Otro aspecto que debe mencionarse es que el ganado y las cuadras son parte de la Casa, esto es muy importante y refleja la amplitud de significado de este concepto. Casa no sólo es el edificio-vivienda sino que engloba además cuadras, corrales, campos e incluso animales que le pertenecen y que al fin y al cabo son los elementos de los que sus miembros dependen para la subsistencia; éste es uno de los motivos por los que gozan de gran estima.
Las alcobas y habitaciones (dormitorios) en el primer piso o segundo, al lado de la sala. Unas recibirán el calor del fogaril y las otras de los animales que están debajo (calor animal). También es importante la falsa (desván) para preservar las habitaciones del frío y guardar frutos y enseres de poco uso.
En torno al hogar se produce una distribución de posiciones, correspondiendo al amo, que además suele ser también el varón de más edad, el sitio más resguardado. Tal privilegio se debe a que es él quien ejerce la autoridad en la Casa. Este lugar favorecido, el más caliente y alejado de las corrientes de aire de las puertas, simboliza su posición de cabeza de familia. Poner en duda su adscripción al amo sería lo mismo que poner en duda su autoridad. Tradicionalmente, l’ereu (heredero) y el tión (hermano de heredero) han ocupado los lugares inmediatamente preferentes, y los niños y las mujeres no solían tener un lugar específico. Estas últimas no tenían muchas oportunidades de sentarse porque habían de realizar las faenas de la casa.
En la falsa encontramos almacenados todo tipo de objetos que caen en desuso, así como algunos productos naturales. Quizá lo más relevante de este lugar es la escasa actividad humana que hay en ella, ya que es una parte de la casa donde no se suele subir muy a menudo y que incluso se evita. De hecho los niños —y a veces no tan niños— casi siempre han sentido temor de acercarse a ella, y cuando habían de subir allí a buscar alguna cosa lo hacían con la inquietud y el miedo de tropezarse con algún ser sobrenatural, bruja o fantasma. Dada su situación, la falsa es algo así como el espacio entre el cielo y la tierra, lo que le confiere un carácter de transitoriedad. Esto la convierte en un lugar propicio para entes entre humanos y fantásticos como son las broxas, diaplerons e follez (brujas, diablillos y duendes), y la hace inadecuada para la actividad humana. En cierto modo podría pensarse también en una conexión con el nivel más abstracto de la cultura, el de las creencias.
EL DERECHO FORAL
Según la tradición local, es preciso nombrar un ereu (heredero) universal único que cumpla la que se considera una exigencia fundamental: la continuidad y preservación de la Casa. Esto obliga a rechazar a todos los otros miembros de cada generación, porque si se dividieran los patrimonios no serían suficientes para mantener a nadie y acabarían siendo abandonados o pasando de mano en mano mientras la Casa se deshacía (Casa dividida, casa perdida). Esta práctica consuetudinaria está respaldada por un código formal de derecho y su importancia viene demostrada por la amplitud con que el tema de la familia viene tratado en los fueros aragoneses. Ilustres juristas aragoneses como Joaquín Costa, Casajús, Martín-Ballestero y Castán Tobeñas, están de acuerdo en señalar que el principio de unidad y conservación familiar es uno de los fundamentales que informa el Derecho Foral de Aragón. Por esta razón el objetivo primordial de sus instituciones familiares y sucesorias es preservar indiviso el patrimonio y darle continuidad a la casa más allá de la vida de los individuos.
FAMILIA Y HERENCIA
Por lo general, la familia está compuesta por los padres —amo / dueña—, el hijo casado en casa, es decir, l’ereu y la choven (su esposa) y sus respectivos hijos. A veces encontramos también en la casa algún hermano o hermana del heredero que se han quedado solteros y viven allí trabajando para la casa. Estos individuos, al menos de puertas afuera, son llamados el tión o la tiona. Tan sólo uno de los hijos, preferentemente varón y por lo general el primogénito, heredará la totalidad del patrimonio familiar. Al mismo tiempo, esta elección como heredero universal supone también su reconocimiento de sucesor del padre como amo de la Casa.
El resto de los hermanos y hermanas, si los hay, reciben una dote o una legítima como pago por su obligada renuncia a cualquier derecho sobre el patrimonio. El padre, en su calidad de amo, puede decidir libremente la cuantía de las legítimas, cuyo pago se realiza casi siempre en metálico y suele venir estipulado en la escritura de nombramiento de l’ereu en forma de cláusula de obligado cumplimiento por parte del mismo. No obstante, la regla general es dejar zanjada la cuestión con la sentencia de que la legítima a percibir por los hermanos no beneficiarios de la herencia quedará al haber y poder de la Casa, y con estas mismas palabras queda escrito. Es una fórmula por la que, si la Casa atraviesa por un mal momento económico, no se ve forzada a desprenderse de una cantidad de recursos fijada en otro momento cuando las cosas marchaban mejor.
No es la voluntad de los individuos lo que cuenta, ni tampoco su supervivencia como tales; las legítimas las da la Casa de acuerdo con su situación y sus posibilidades de crecimiento y preservación. Estas legítimas se pagan al segundón o segundona cuando abandona la Casa para buscarse su futuro en otro lugar, o bien cuando va a casarse a otra casa. En este último caso la legítima se percibe en forma de dote y suele constar de un ajuar, además de una cantidad en metálico.
En principio, la elección d’ereu parece exenta de complicaciones. Según la norma tradicional vigente le corresponde este derecho al hijo varón primogénito, aunque delante de él haya varias hermanas. No obstante, si los padres lo creen conveniente para los intereses de la Casa, pueden elegir con toda libertad a aquel de los hijos, e incluso hijas, que consideren más competente en la administración de la Casa, o bien al más trabajador, o al más afectuoso con ellos. La preferencia por el varón mayor responde a unos intereses concretos que van en beneficio de la Casa; cuando se advierte la posibilidad de que estos intereses no vayan a encontrar su mejor defensor en el primogénito, los padres se sienten libres para buscar otro hijo o hija que cumpla con ellos. Se prefería varón para que trabajase en la Casa y por no perder los apellidos del amo. Si sólo había hijas, pues la hija tenía derecho a heredar. Pero generalmente era varón. Normalmente se nombraba al primero, pero había padres que les parecía mejor nombrar al tercero o al último. Se miraba que fuera el mejor porque había que vivir con él.
L‘ereu no sólo tenía que ser trabajador, sino que además, como había de vivir con los padres, cuidándolos en sus últimos años de vida, convenía que fuera obediente y respetuoso con ellos, es decir, que podía heredar cualquiera de los hijos/as.
Para cualquier amo montañés la disyuntiva no es tal y el camino a seguir no ofrece lugar a la duda ni al titubeo: la continuidad de la Casa es lo que importa. Mientras es posible, se busca la preservación del apellido, pero cuando no hay varones disponibles, no queda otra salida que la de recurrir a hacer heredera a una mujer para que al menos se continúe la sangre del linaje (en Casa Baranguá es lo que pasó).
Cumplimiento de ciertas cláusulas para heredar;
1. Obedecer y respetar a los padres proporcionándoles cuanto necesitaren, sanos o enfermos. 2. L’ereu y su esposa habrán de vivir juntos en la casa, en compañía de los instituyentes de la capitulación.
3. Trabajar para la Casa, bajo la administración de sus mayores y sin percibir remuneración alguna. La Casa se ocupará de todas sus necesidades fundamentales.
4. Enterrar dignamente a los padres, haciéndoles a su fallecimiento, entierro, funeral y misas a uso y costumbre de la parroquia.
5. Admitir y asistir en la casa a los hermanos solteros con tal de que trabajen a cambio en beneficio de la Casa.
6. A dotar a los hermanos y hermanas solteros al haber y poder de la Casa o según hubieran estipulado los padres en la capitulación.
A pesar de quedar escrito en los capítulos que ni los donantes podrán enajenar ni gravar el derecho al usufructo, ni l’ereu el de nuda propiedad a no ser por mutuo acuerdo, si los padres llegaban a demostrar que por causa del mal trato o desatención necesitaban procurarse medios de subsistencia, podían entonces recurrir a la venta o gravamen de alguno de los bienes del patrimonio. Para confirmar esta necesidad quedaba escrito que habría de ser atestiguada por personas de reconocido prestigio y solvencia como podían ser el alcalde, el juez, el sacerdote, etc. y los parientes más próximos. De ahí que, mientras vivían los padres, los derechos del hijo sobre el erencio eran una mera legalidad debido a este mecanismo de control en manos de sus mayores; éstos pretendían garantizarse con él una vejez tranquila y sin desengaños.
De igual manera, al no poder haber dos economías porque eso acabaría la casa, correspondía a los padres la administración del dinero y el hijo tenía que pedirles cuanto precisara, puesto que no recibía ningún salario. Incluso si l’ereu trabajaba a jornal, al cobrarlo debía entregarlo a sus padres, o mejor dicho a su madre, quien no dejaría de comunicárselo al padre como amo de la Casa que era. Por regla general correspondía a las mujeres la administración del dinero para pequeños gastos así como la obligación de saber siempre lo que había o dejaba de haber en la Casa. Los hombres, por el contrario, al menos aparentemente, no solían prestar atención a los gastos de la Casa porque no les correspondía tal función. No obstante, al amo nadie podía pasarle cuentas porque tal acción hubiera sido lo mismo que negarle su autoridad personal y negar también el principio básico de autoridad en la Casa. Por esta razón, l’ereu, aunque casado y quizá con hijos, había de recurrir a su madre y pedirle dinero para comprar cuanto precisara.
Hasta hace no muchos años era un hecho frecuente el que los herederos no se casaran con las muchachas a las que cortejaban. Los padres se encargaban de arreglar y ajustar los matrimonios con la chica que creían más conveniente, tanto por sus virtudes de mujer de su casa, como por el rango y solvencia de la Casa de la que procedía. Esto último garantizaba una mejor dotación de la novia que repercutía directamente en la economía y el prestigio de la Casa. El hijo, de negarse a aceptar lo recomendado por los padres, corría el riesgo de perder su posición de favor y, con ella, la herencia. Solía suceder que un heredero se encontraba, inesperadamente, con que era amonestado en la iglesia para casarse con alguna desconocida.
La citada dote que recibía la mujer constaba de dos partes. Por un lado estaba el ajuar, compuesto por sábanas, toallas, mantelerías, colchas y ropa de uso personal. Se trataba de que la Casa receptora no tuviese que hacer gastos en la novia. La otra parte, la auténtica dote, por así decirlo, consistía en alguna cantidad en metálico, o bien en alguna cabeza de ganado, o incluso en nada, en el caso de las casas más humildes o con menos recursos.
La nuera estaba considerada como forastera, como venida de fuera, de otra casa. En esta atmósfera no eran extraños las tensiones y los conflictos. Ella era la choven, término que definía con precisión su posición estructural y que al ser complementario de l’ereu (quien era siempre de Casa y más concretamente el que se casaba en Casa) la señalaba como venida de fuera y por tanto forastera. En segundo lugar, joven indicaba también falta de experiencia, poca preparación, falta de capacidad para ejercer la autoridad. Por tanto, la joven tenía que adquirir primero esa experiencia, que confería respeto y autoridad, antes de ser incluida en el linaje.
Por otro lado, la marcha de l’ereu podía suponer un peligro para la continuidad si no se encontraba a alguien para sustituirle. Además de este problema de encontrar sustituto, si no se tomaban medidas previsorias, podía presentarse otro más grave. Éste consistía en los derechos adquiridos por l’ereu en las capitulaciones legalizadas ante notario que se le solían hacer al casarse y que le convertían en dueño de todos los bienes. Incluso el usufructo que los padres se reservaban revertía sobre él a la muerte de éstos y no podía serle enajenado. En prevención de tal contingencia, se estipulaba en las mismas capitulaciones que la defección por parte del matrimonio heredero de la vivienda familiar, por un periodo de tiempo superior a un año y un día, suponía la renuncia por su parte a todos los derechos que tenían sobre la Casa. Con esta fórmula se evitaban las deserciones prolongadas y se dejaba abierta la posibilidad de nombrar un nuevo ereu.
La diferencia entre los sobrebiens y el tionaje estriba en que mientras el primero permite la permanencia en la casa de uno de los hermanos/as del heredero con su esposa y sus hijos, el segundo sólo acepta al individuo soltero. Los sobrebiens son una fórmula pensada para patrimonios grandes que precisan de más brazos para trabajar, mientras que el tionaje sirve para acoger en Casa a aquellos miembros de la misma que por alguna razón no se han decidido a abandonarla. El trabajo del tión es una consecuencia de su decisión de quedarse y no de una necesidad de la Casa. Más aún, el tión decide por sí mismo la posibilidad de quedarse en Casa porque tiene derecho a ello, los sobrebiens no. Tanto la figura del tión como la de los sobrebiens respondían a alternativas cuidadosamente diseñadas para que la Casa saliera siempre favorecida. Los individuos poco importaban, ya que aunque se les podía evitar la necesidad de emigrar dándoles cierta seguridad en su vida, su presencia en la Casa sólo era admitida en beneficio de la misma. El precio de tal seguridad era considerable; suponía una vida entera dedicada a trabajar por una Casa en la que no se poseía otro derecho que el de la manutención. Al igual que sucede en el caso del tión, los sobrebiens son una figura marginal. Lo ideal, de acuerdo con los valores culturales vigentes, era tener una Casa y levantarla y darle continuidad tanto a ésta como al linaje que representaba; los sobrebiens ni tenían Casa, ni podían darle ningún tipo de continuidad. Desde el momento en que aceptaban su situación eran, por así decirlo, elementos de segunda clase; y aunque podían ser muy respetados (al igual que los tions) si cumplían bien su papel, siempre resultaban ser "actores secundarios".
Cada Casa tiene además un nombre que se le ha aplicado siempre y sigue aplicándose en la actualidad a todos sus miembros, llegando a eclipsar los nombres de los individuos, que es lo que pasa en esta Casa de Baranguá.
A la CASA había que protegerla; espantabroxas, la tronca, la cardincha, el visco, patas de animales …
ESPANTABROXAS o capiscols; se colocaban en lo más alto de las grandes chamineras. La representación del espantabroxas suele ser diferente en cada Casa y chaminera, con ello se pretendía que no entrasen as broxas y otros seres sobrenaturales, ya que es el único hueco de la Casa que no se puede cerrar como puertas y ventanas.
A TRONCA, toza o tizón; es un gran tronco que se ha guardado para esta celebración y que se depositaba la noche del solsticio de invierno junto al fogaril. Los niños de la casa dicen unas frases-retahílas como ritual de protección.
Buen tizón
Buen varón
Buena casa
Buena mesacha
Que las flamas d’ista chera
Protexan a los d’ista casa.
La Tronca daba regalos a los niños/as de la casa. Y después se echaba en el fuego mágico de esa noche para recoger sus cenizas, con las que se protegían los campos y los animales.
A CARDINCHA; es el cardo de puerto, que se ponía en las puertas para proteger las casas de las broxas (brujas). Se trata de un símbolo con antecedentes paganos referido al antiguo culto al sol, lo dice la propia forma de la cardincha abierta (parece claramente este astro, ligado siempre a la vida y a la fecundidad). Y ése es precisamente el arma que utiliza la cardincha para evitar que los malos espíritus o las broxas entren en las Casa: su esplendor, propio del sol, ciega. Y además, está compuesta por un gran número de pelos o de pinchitos, que hacen que las broxas no se atrevan a pasar a su lado. Las que osaban hacerlo se enganchaban y debían estar hasta la madrugada quitándose estos incómodos apéndices de la planta de su ropa. Así se conseguía llegar al alba, y la bruja no conseguía su cometido, o se les hacía de día contando los pelos de la misma.
O VISCO; muérdago, que se recogía en la noche de solsticio de verano. Planta semiparásita de algunos árboles. Se le atribuían poderes mágicos, una vez recogida se colgaba en la puerta de entrada para proteger la Casa de malos espíritus, ya que éstos se quedaban pegados en los lulos (bayas) que tienen una sustancia viscosa. Al año siguiente se echaba al fuego purificador del solsticio de invierno y se colgaba uno nuevo.
PATAS D’ANIMALS; su finalidad era protectora, se clavaban patas de águilas, osos, lobos, … ya que así, el espíritu del animal cazado protegía la Casa.